11/11/10
Subtes postergados
El desarrollo del medio de transporte que prefieren  los usuarios de la ciudad de Buenos Aires se encuentra estancado Por diversas  razones, la ciudad de Buenos Aires parece estar hecha a la medida del  subterráneo. Sin embargo, y a pesar de que el público no oculta sus  preferencias por él, progresa con tanta lentitud que hasta parecería que su  expansión se ha quedado inmovilizada.
El subsuelo porteño es ideal, por sus  características, para perforar los túneles con costos relativamente bajos. Lo  afirman los expertos, quienes sostienen, avalados por esa certeza, que si el  distrito neoyorquino de Manhattan, asentado sobre roca viva, está plagado de  líneas de subterráneos, nuestra ciudad debería tener el doble de trazas de ese  sistema ágil, rápido, movido mediante la energía eléctrica y no mediante  derivados del petróleo y, por ende, poco contaminante. Buenos Aires, por otra  parte, fue una de las ciudades precursoras ?primera en América latina y una de  las primeras del mundo? en el empleo del subterráneo, que en 1913 comenzó a  correr por debajo de la avenida de Mayo y por sus virtudes bien pronto se ganó  las simpatías de la gente. Y  si bien padeció la velada oposición de intereses que le eran adversos, lo cual  postergó su expansión durante dos décadas, el subterráneo se recuperó en ese  sentido a partir de mediados de los años sesenta del siglo XX.  Hoy, su red metropolitana, integrada por las  líneas A, B, C, D y E, junto con la aún incompleta H, es insustituible para  movilizarse por esta metrópoli que, con su superficie abarrotada de tránsito  durante la mayor parte del día, no ofrece mejores variantes para trasladarse de  un punto a otro dentro de ella. Eso a tal punto que a lo largo de más o menos  las dos últimas décadas, y a pesar de sus limitaciones, los subterráneos  pasaron de 700.000 personas diariamente transportadas a alrededor de un millón  y medio de usuarios cotidianos los días hábiles, con un total de 289 millones  de viajeros el año último. Así y todo, la instalación de la línea H progresa a paso de  tortuga y sigue pendiente de ejecución la de por lo menos otras dos trazas ya  proyectadas y generosamente anunciadas, mas demoradas por falta de presupuesto.  Entretanto, las trazas ya establecidas requieren mejoras que incrementen su  eficiencia y la calidad del servicio, desde instalaciones de aire acondicionado  que durante la temporada veraniega eviten su conversión en una antesala del  infierno hasta sistemas de señalización adecuados a las modernas tecnologías,  incremento de su flota de coches motores y remolques, y ampliación de los  talleres y de los sitios destinados a la circulación peatonal.Tan ambiciosas  metas demandan recursos financieros para materializarlas. Hay generalizadas  coincidencias acerca de que para despertar definitivamente de su letárgico  presente los subterráneos requieren una sostenida política de inversión que los  ponga en la altura del vuelo alcanzado por otras urbes que incluso tuvieron  subtes después que Buenos Aires y hoy la han superado en esta materia  específica. Cualquier acción en ese sentido tendría que superar los recelos y  las rivalidades que ahora enfrentan a la Nación y a la ciudad autónoma en este tema. La  primera ?ya es historia? se desentendió de respaldar a la segunda cuando ésta  pugnaba por obtener créditos para esa finalidad específica y, por el contrario,  con evidente intención propagandística se hizo cargo de la extensión de la línea E hasta Retiro.Tampoco  se comprende cómo podría ser traducido el hecho de que los subterráneos son  propiedad de la ciudad de Buenos Aires, pero los administra el Estado nacional,  que los ha entregado en concesión.  El  reconocimiento de que el subterráneo les lleva indiscutible ventaja a los  restantes medios de transporte urbano de superficie lo da, sin ir más lejos, la  legítima aspiración de poseerlo alentada por las ciudades de Rosario y Córdoba.  Sería positivo, entonces, que aquí, en la capital del país, todas las  autoridades que en ella tienen su asiento se aplicasen en forma razonablemente  asociada y por cierto despojada de vicios políticos a poner remedio a las  postergaciones que están trabando su imprescindible y anhelado progreso. (La Nación)
    
